Sexo y drogas y rock and roll. El single que Mr. Dury popularizó en los 70 llevó el fastidioso lema hasta el gran público, pero incluso él parecía incomodo cantándolo, un sujeto bonachón intentando que lo captaran sus sobrinitos. La tremenda masculinidad de la frase es lo que impacta de inmediato. Es verdad que las tres cosas por separado poseen una gran capacidad de placer; pero solo a alguien que pertenezca a esa generación que vive con el pito en el puño, la misma que invento el termino fuck para describir la más tensa, tortuosa y complicada actividad actividad conocida por el ser humano, podría habérsele ocurrido juntarlas.
Una chica, una chica como debe ser, jamás soñaría en conectar esas cosas. Puede que quiera sexo, un disco soul de fondo y un cigarrillo luego; o un revolcón, un aria de la Callas y un vaso de cerveza helada.
La frase no sólo es singularmente machista, sino singularmente sixties. Los últimos años sesenta, a pesar de los pelos largos, fueron una época grotescamente masculina en lo que respecta a la cultura popular. No es que no se pudiera distinguir a las chicas de los chicos, es que no había chicas. Una generación entera de chicas fue consignada al papel de groupie, old lady? y mama; estos términos utilizados a finales de los 60 para describir a las mujeres son los menos ?sexy? jamás pronunciados, casi tanto como la banda sonora de aquella nefasta época.
Al contrario de la sensualidad en el soul, el jazz o la ópera, la sexualidad del rock es básicamente homo-erótica. Las voces del rock, fueran Dylan, Jagger o Lennon, eran asexuadas y narcisistas y por ello ahora suenan tan pasadas de moda. La sexualidad del rock es la del exhibicionista que no consigue coger, el rock se refiere a ello constantemente con la poca gracia de un Benny Hill. Cuando en los 70 surgió la nueva oleada de feminismo del siglo xx, no fue tanto una revuelta contra la sociedad convencional como contra la contracultura.
Lo hippie lo arruinó todo. Arruinó el pop y la protesta, el sexo y las drogas; mierda, acabó hasta con Jimmy Webb. Al final, acabó por arruinar los mismos años 60, pero antes de que eso sucediera, se pudo disfrutar de seguramente la mejor época de la historia en la que ser joven, libre y soltero. Un tiempo en que sexo significaba diversión, no SIDA; un tiempo en que música significaba soul y pop, no rock and roll. O sea, los sueños de cualquier adolescente sensato.
Al otro lado del charco, el primer día Dios creó al hombre y la mujer; el segundo, el dry martín, y al tercero la música de Burt Bacharach. Entonces el cuarto día el hombre creó el rock and roll y lo fastidió todo. La música rock ha hecho más por devaluar el sexo que la iglesia católica, Morrissey y el SIDA juntos. Aparentemente una bestia, es en realidad sólo un muchacho al que se le encomiendo el trabajo de un hombre: demasiado joven y apresurado. Sólo es capaz de ofrecer tres minutos de ñaca-ñaca.
El sexo era un campo de minas, los hippies lo convirtieron un una pocilga. Fueron los lemmings del amor, arruinándoselo a medio mundo y dándole a la otra mitad la perfecta excusa para condenarlo. El pánico moral que lo hippie despertó fue el combustible para el fundamentalismo moral de hoy en día. La trifulca entre los sexos, que tan bien parecía estarse resolviendo en los primeros 60, es hoy una herida abierta tras dos décadas de liberación.
Los primeros y represivos años 60 produjeron a Brigitte Bardot y Kim Novak; la liberación sexual de los últimos 60 produjo a Janis Joplin y Twiggy. Intenta descifrar esto y ya me contarás.
El amor es el mejor juego, la mejor ayuda sexual y la mejor enfermedad transmitida sexualemente. Los moralistas tienen razón, pero por las razones equivocadas; después de los veintitantos, el sexo sin amor es vulgar y destructivo. Al contrario que los moralistas, no pido menos sexo, sino más amor. Es facilísimo enamorarse, oye.
Julie Burchill. Extractos de Walk On By: The Songs Of Burt Bacharach And The Decline Of The American Orgasm. Revista The Face, Enero 1988.
Trad. José Ángel Balmori.
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